Por: Leo Zuckermann
En la coyuntura actual, resulta muy frustrante ver cómo los políticos se andan protegiendo los unos a los otros independientemente de su partido. Cómo no están entendiendo la gravedad del momento. Cómo le apuestan al silencio y olvido. Una excepción ha sido el senador Zoé Robledo quien ayer dio un magnífico discurso, de lo mejor que he escuchado estos días. Es el discurso que hemos esperado que algún día dé Peña Nieto, pero que no se ha atrevido a dar. Un Presidente que ayer quedó eclipsado por la calidad retórica y propositiva de un senador. Así estamos: con un jefe de Estado protocolario, en calidad de simple testigo de honor en la entrega de la medalla Belisario Domínguez.
El discurso de Robledo se titula “Para remontar las dificultades, el único camino es la política como la entendía Belisario Domínguez: la práctica cívica por excelencia”. Eso ya es un buen comienzo. El senador hace, primero, un recuento de los méritos del galardonado de la susodicha medalla: Eraclio Zepeda. Luego pasa a la coyuntura actual donde presenta un diagnóstico certero:
“Porque México varias veces ha querido levantarse, ha querido volar, pero justamente ha habido mucho sobrepeso. Sobrepeso como las instituciones extractivas que han arraigado un estado permanente de desigualdades totales: desigualdad en la concentración de la riqueza, desigualdad en la distribución del ingreso, desigualdad ante la ley, desigualdad en la calidad de los servicios, desigualdad en el ejercicio de los derechos políticos. Pero otro de esos encarguitos ante los ojos de la sociedad, uno muy pesado, es nuestra clase política.”
Bien por Robledo de recurrir a la autocrítica en la coyuntura actual: “Nuestra clase política, en la que nos incluimos los integrantes de todos los Poderes de la República, que pocas veces ha estado a la altura por diferentes circunstancias. Nuestra clase política que ha ido acumulando intereses que, como los dulces y las frutas de don Chico, constituyen una carga pesada que es necesario, y que es urgente, eliminar”.
A continuación, Robledo se muestra, como deben de estarlo todos los políticos de nuestro país, preocupado: “Hoy hay una crisis de credibilidad que parece abonar a la propuesta que ‘se vayan todos’. Yo no comparto esa propuesta. Soy un convencido de la dinámica creadora de la política, pero ésta, para echarse a andar, debe partir de una autocrítica honesta y rigurosa”.
Y el senador presenta su propuesta a la que agrega una retórica de urgencia: “Empecemos ya. Más democracia para resolver los problemas de la democracia. Una democracia realmente participativa como el mayor contrapeso al abuso de poder. Empecemos ya, porque no puede haber democracia sin partidos, pero no puede haber partidos sin confianza ciudadana, sin representación efectiva y sin rendición de cuentas. Empecemos ya, saneando los mecanismos de acceso al poder para que no se haga política con dinero ni dinero con la política. Empecemos ya, con funcionarios públicos más sensibles, más humildes, sin privilegios y sin impunidad. Empecemos ya, entendiendo que el poder no es patrimonio personal de los políticos ni licencia de impunidad ni patente de privilegios. Es hora de ponerle fin al fuero. Empecemos en nuestra casa, empecemos por los legisladores”. Estupenda idea: comenzar renunciando a los privilegios de nuestros congresistas. Elegante propuesta a la que nada hay que agregar.
Pero luego viene una que hemos venido planteando varios en diversos medios y que finalmente ha encontrado eco en un miembro de la clase política. Agrega Robledo: “Empecemos ya, entendiendo que sin transparencia no hay democracia. Asumamos todos tres compromisos, tres compromisos en los tres poderes y los tres niveles de gobierno: declaración patrimonial en versión pública, declaración de impuestos de los últimos cinco años y declaración de intereses”.
Excelente. No hay más que felicitar al senador Zoé Robledo por su discurso breve, puntual y propositivo. Es el que hemos estado esperando que algún día dé el presidente Peña Nieto. Ojalá sus colegas le hagan caso. Que Robledo no se convierta en la excepción que comprueba la regla de una clase política abotagada, corrupta y sorda que no entiende la gravedad del momento actual.
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